lunes, 15 de octubre de 2007

Veteranos del ERP

Invitados por el equipo de coordinación de San Salvador (Paolo, Chiquito, Camilo, Estela), asistimos Mario (Raúl) Mijango y yo a finales de septiembre 2007, a presentar nuestros respectivos libros autobiográficos “Mi Guerra” y “Memorias de un Guerrillero”, en las instalaciones del Museo de la Palabra y la Imagen –MUPI– que conduce exitosamente Santiago. Para comentar los libros asistieron Luis Valle y Geovani Galeas; pero, las presentaciones de los libros fueron más bien pretextos para reencontrarnos la antigua familia del Ejército Revolucionario del Pueblo –ERP–.

Lunes 15 de octubre de 2007
Juan Ramón Medrano, analista político
redaccion@centroamerica21.com

A la presentación asistimos con mi esposa Norma Julián, Lino, Margarita y Rogelio, todos exmilitantes del ERP y miembros de nuestra fundación –FUNDI–.– Fue refrescante ver a Mario Chocho, Elmer, Elsa, Lety, Roberto, Ada, Nasser, Jaime, Chío, Daniel, Memo, Nino, Nico…y una larguisima lista de compañeros. Me dio mucho gusto saludar a mucha gente que tenía varios años de no ver; y la primera reflexión que seguramente todos nos hicimos fue: que rápido pasa el tiempo, pues en un cerrar y abrir de ojos, pasamos de las trincheras de Jucuaran, a las montañas de Morazán, de ahí a la ciudades y de pronto, todos estamos mayores, algunos sin pelo, otros con mucha panza y todos marcados por las arrugas y señales del tiempo, padres o madres de familia, con diferentes responsabilidades

.Un día después, estábamos con mi esposa en Cartagena, Colombia, participando del evento: “Niñez y Juventud: Reintegración y Prevención con Excombatientes y Población Vulnerable”, al cual fuimos invitados por la Konrad Adenauer Stiftung –KAS– y el Centro Mundial para la Solución de Conflictos. En él presentamos el video en que Jaime Hill y yo hablamos de las historias personales de reconciliación; mi esposa habló de su experiencia de perdón a quienes asesinaron a su padre.

Todos hicimos énfasis en que fue el espíritu de reconciliación de las partes en conflicto y sobre todo de los familiares de las victimas de la guerra, de los asesinatos cometidos por la guerrilla, por la Fuerza Armada; de las miles de madres humildes, que vieron morir a sus hijos en el movimiento popular, en la guerrilla, en el ejército, o por “errores” de las partes, aunque no estuvieran participando directamente del conflicto.

La actitud responsable de importantes empresarios, que también sufrieron los embates de la guerra y no han tomado una actitud revanchista. La actitud de perdón de las iglesias y otras instituciones cristianas que vieron morir a sacerdotes, monjas y pastores.Esa es precisamente la actitud que logré ver en los veteranos del ERP, que han sintetizado los organizadores de la Asociación de Veteranos del ERP en la siguiente frase: “Los veteranos del ERP nos organizamos para trabajar porque ningún hombre y ninguna mujer que ha participado de la guerra en nuestras filas viva avergonzado, marginado ni se conduzca con la cabeza baja, sino orgullosos de su aporte a la historia del país y participando del desarrollo político, social y económico que juntos hemos hecho posible.”Dentro de los objetivos de la asociación se proponen: cimentar los principios de fraternidad, hermandad y solidaridad; velar por el bienestar de los veteranos y sus familiares, en especial, los lisiados de guerra; defender lo conquistado en los Acuerdos de Paz, no permitir que nadie ponga en peligro la paz, la democracia, el pluralismo político y régimen de derechos humanos y en contra del uso de la violencia política, la represión, la violencia social y sus causas, en tiempos de paz; el rescate de la identidad histórica del ERP; contribuir a que cicatricen las heridas que dejó la guerra en las partes beligerantes y la sociedad, y fortalecer el futuro de paz, tolerancia, justicia y desarrollo armónico en nuestro país.

En el acto del MUPI, felicité a los organizadores de esta iniciativa e hice énfasis en un juicio de valor del documento de los veteranos: la necesidad de respetarnos independientemente de nuestras posiciones políticas actuales.Un abrazo a todos los compañeros veteranos del ERP. Nos vemos en Perquin el próximo 10 de noviembre.

lunes, 21 de mayo de 2007

Jaime Hill: “Yo perdoné a los guerrilleros que me secuestraron”

“Sesenta mil dólares por matarlos a los dos”, le dijo el sicario profesional a Jaime Hill. Era bastante plata, pero no tanta si se consideraba el odio que consumía a don Jaime desde hacía once años. Durante todo ese tiempo había deseado vengarse de quienes lo habían secuestrado, confinado en un cuartito de dos por dos metros durante más de cuatro meses, y despojado de cuatro millones de dólares de su patrimonio.

Lunes 21 de mayo 2007
Geovanni Galeas
ggaleas@centroamerica21.com

Pero no solo lo habían arruinado económicamente. Eso era lo de menos. Lo peor había sido el stress post traumático que le había arruinado literalmente la vida, y de paso la de su familia: depresiones y angustias tan incontrolables como la necesidad, cada día más intensa, de alcohol y cocaína.

La sed de venganza se le había convertido en una obsesión. Por eso, cuando a finales de los años ochenta tuvo informaciones fidedignas, que ubicaban a dos de los máximos jefes de sus secuestradores en lugares precisos de la ciudad de México, no vaciló en buscar el contacto con un sicario internacional. El trato estaba en marcha. Para cerrarlo solo faltaba enviar los gastos de transporte y alojamiento del asesino.

Los objetivos eran Joaquín Villalobos y Ana Guadalupe Martínez, comandantes del Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP, que por esos días habían salido de sus campamentos guerrilleros en las montañas salvadoreñas, para asistir a una ronda de diálogo y negociación entre la insurgencia y el gobierno.

El secuestro

Eran la cuatro de la tarde del 31 de octubre de 1979 cuando ocho hombres armados, usando uniformes de la Policía Nacional, se bajaron de un picap doble cabina en la calle Rubén Darío, en pleno centro de San Salvador. Rápidamente se dirigieron a un edificio de oficinas, y luego de ponerse velozmente gorros pasamontañas para cubrirse los rostros, sorpresivamente y sin mediar palabras, acribillaron a balazos a un asistente de don Jaime Hill.

El muchacho asesinado no era un guarda espaldas, era nada más un chofer y andaba siempre desarmado.

Don Jaime Hill estaba en su oficina, en la segunda planta del edificio, cuando escuchó los disparos. Instintivamente, y aunque estaba protegido por dos puertas blindadas, echó mano a su pistola 45. Era un excelente tirador y además no solía hacerle el feo a las peleas, fueran estas de puñetazos o balazos, sobre todo cuando se echaba sus tragos.

De pronto las puertas blindadas cedieron ante la potencia de varias ráfagas de fusiles G-3, y don Jaime supo que venían por él. Su vida entera pasó por su mente en unos cuantos segundos.
Era uno de los miembros de las legendarias “14 familias, dueñas de El Salvador”. En tal condición había tenido privilegios excepcionales. Y si bien había logrado graduarse en Administración Corporativa, en una prestigiosa universidad de Pennsylvania, Estados Unidos, también había sido un joven díscolo acostumbrado al derroche.

No pocas veces había comenzado una borrachera de tres o cuatro días en algún rancho de playa, en El Salvador, y se había largado a Nueva York, a París o a Londres con el solo objeto de continuar allá la juerga con todo y la ocasional compañía femenina, que muy bien podía ser una guapa muchacha mandada a traer ex profeso ya sea de Colombia, Panamá o México.

Había derrochado a manos llenas, sí, y sin embargo también era uno de los millonarios salvadoreños con mayor sensibilidad social. Su tesis universitaria, elaborada en 1959, se había titulado “Reforma Agraria y Reparto de Utilidades”. Y en efecto, junto a otros jóvenes igualmente adinerados (Roberto Poma, Mauricio Borgonovo y Ernesto Regalado Dueñas, quienes años antes habían sido secuestrados y asesinados por las guerrillas), habían introducido la discusión sobre la necesidad de implementar una reforma agraria en El Salvador.

“Odiábamos la pobreza y el sufrimiento de los pobres y, ya allá por los años sesenta, nos proponíamos influir en las decisiones políticas para que se tomaran medidas tendientes a combatir la miseria, crear más ricos, más clase media y así, consolidando la estabilidad política en el país, asegurar un desarrollo económico nacional no excluyente. La verdad es que teníamos una visión casi socialista”, reflexiona ahora don Jaime.

Pero en aquella tarde todo parecía llegar a su fin y él, al igual que sus tres amigos, sucumbiría ante la guerrilla izquierdista. Apuntaba con su 45 hacia las rotas puertas blindadas cuando entraron seis encapuchados y le ordenaron que tirara el arma. No había nada qué hacer ante la superioridad numérica y de volumen de fuego. Lo esposaron, lo vendaron y se lo llevaron al picap con rumbo desconocido.

Cuatro meses y algunos días pasó don Jaime en un cuartito de dos por dos metros. Los guerrilleros pedían cuatro millones de dólares a cambio de su vida. No fueron particularmente crueles con él, en el sentido de someterlo a malos tratos físicos, pero el encierro, la prolongación de las negociaciones, la permanente amenaza de muerte ejecutable en cualquier momento y el no poder ver a sus hijos siquiera por última vez, le destrozaron los nervios.

Por fin, el 17 de marzo, los guerrilleros le comunicaron que habían logrado cobrar el rescate. Lo volvieron a subir al picap y lo liberaron ya casi al anochecer en una calle solitaria de san Salvador.
Don Jaime ya no volvería a ser nunca el mismo. Un vértigo autodestructivo en el que se mezclaron el odio, la sed de venganza, las depresiones, el alcohol y las drogas, se apoderó de él.

El perdón como remedio

Casi once años después de su secuestro, solo tenía que hacer una transferencia bancaria para que el asesino, un profesional extranjero, viajara a México y disparara contra Joaquín Villalobos y Ana Guadalupe Martínez. Pero un escrúpulo de última hora lo llevó a consultar el asunto con un amigo cercano, el doctor Vitelio Luna.

“Estás pendejo, Jaime, mandar a matar a esa gente no te va a curar el sufrimiento. Lo que estás por hacer es una locura”, fue lo primero que le dijo. “¿Y entonces que debo hacer?”, preguntó don Jaime. “Perdonar”, le respondió su amigo. “¿Pero cómo crees posible que perdone yo a esas bestias que me arruinaron la vida?”. El doctor Vitelio Luna le aseguró entonces que esa era la única manera de curarse del sufrimiento que lo abatía: “El hombre que perdona vive con honorabilidad y muere con dignidad, Jaime”. Le dijo.

Jaime Hill no volvió a contactarse con el sicario. Un par de años después, en 1992, cuando la comandancia guerrillera pudo regresar a la vida pública y legal, en virtud de los acuerdos de paz, Joaquín Villalobos recibió un mensaje: “Jaime Hill, desea hablar con usted y lo invita a su casa”. Villalobos creyó que se trataba de un error, y solo estuvo seguro de la autenticidad de la invitación cuando la misma le fue confirmada telefónicamente por don Jaime.

A la cita acudió casi toda la jefatura del ERP, incluyendo a varios de los que habían participado directamente en el plagio. Secuestrado y secuestradores comieron y conversaron sin tensiones mayores: el perdón de don Jaime era auténtico. Desde que había decidido perdonar, la vida le había vuelto a cambiar, solo que esta vez para su bien. El insoportable sufrimiento interior había cesado por fin.

Don Jaime había dejado el alcohol y las drogas y, junto a su hija Alexandra, se había entregado de lleno a las labores humanitarias, principalmente en la conducción de FUNDASALVA, una organización privada sin fines de lucro, dedicada a la prevención integral, tratamiento y rehabilitación del uso indebido de alcohol y otras drogas.

Que también lo comprendan otros

Todo lo relatado anteriormente me lo narró don Jaime la semana pasada. El lugar en que nos encontramos para la charla fue precisamente la oficina de Juan Ramón Medrano, el ex comandante Balta del Ejército Revolucionario del Pueblo, convertido ahora en amigo entrañable de Jaime Hill, y en director de la Fundación para el Desarrollo Integral, (FUNDI), que apoya a compatriotas deportados de los Estados Unidos.

Semanas antes, ambos habían viajado a Colombia, donde, en varias ciudades, dieron conferencias testimoniales conjuntas sobre su reconciliación. Eso, reconciliación total y verdadera, pero a nivel nacional, es una de las mayores y más urgentes necesidades de la sociedad salvadoreña en su conjunto. Cada quien tendrá que obligarse a perdonar los agravios infligidos por el rival durante la guerra, por dolorosos que fueran. A veces eso suena imposible, debido a la magnitud de los sufrimientos causados mutuamente.

Pero perdonar no es imposible y sí es una cura efectiva. Don Jaime Hill lo ha demostrado. “El odio y la venganza son un cáncer que carcome el alma y que solo el perdón puede curar”, afirma.

lunes, 30 de abril de 2007

1982, la batalla de Usulután

En esos movimientos, cuando íbamos cansadísimos, cargando nuestros heridos en la espalda y a nuestros muertos recientes en el alma, tuvimos que enfrentar los combates más violentos y difíciles: por la rapidez, volumen de fuego, cantidad y calidad de la tropa enemiga concentrada en un punto determinado, siempre delante de nosotros, a través del desembarco con los helicópteros. Sobre todo que se trataba de combatir con la tropa mejor entrenada, con la élite del ejército, integrada por los batallones Atlacatl, y Paracaidistas, que estaban usando las tácticas que habían sido aplicadas por los norteamericanos en Vietnam: la concentración de fuerzas helitransportadas. Además eran tropas frescas contra nuestros combatientes agotados.




Lunes 30 de abril 2007
Juan Ramón Medrano
redaccion@centroamerica21.com

A principios de 1982 estábamos en el Jícaro, en la casa que servía de puesto de mando del ERP en el frente sur oriental. Debajo de unos árboles de amate y mango, diseñábamos el plan de ocupación de la ciudad de Usulután.

Después de hacer un recuento de las fuerzas con que contábamos, sumamos unos 360 combatientes, algunos con experiencia, otros eran solamente milicianos recién integrados que habían recibido instrucción militar en nuestros campamentos. El grueso de la fuerza del frente sur oriental era del ERP, pues contábamos ya con unos doscientos guerrilleros, la mayoría fogueados. El resto de fuerzas tenían grupos más o menos similares de combatientes, unos cuarenta cada organización, que sumaban unos ciento sesenta en total.

En el esfuerzo principal, que era la incursión a la ciudad de Usulután y ataque desde el sur oriente a los cuarteles del ejército, policía y guardia, participaron las fuerzas del ERP. En una segunda dirección, bajando del volcán de Usulután entrarían las fuerzas de las FPL, unos cuarenta hombres, más otros cuarenta de la RN , combinados con un pelotón de veinte combatientes del ERP, unos cien hombres en total; por el sur estarían fuerzas combinadas del PRTC y PCS, más otro pelotón del ERP, otros cien hombres. O sea, unos cien al norte y otros cien al sur; y al centro meteríamos el esfuerzo principal con las fuerzas del ERP, unos cientos cincuenta hombres de los más fogueados en el combate.

Cirilo se iba a encargar del grupo que entraría por el centro a la ciudad e iría reforzado por el equipo de francotiradores conducidos por Macario. Gonzalo conduciría a todas nuestras fuerzas directamente, moviéndose en los diferentes puntos, para asegurar la coordinación; yo estaría en el puesto de mando en el centro turístico de Palo Galán, al sur oriente, en la orilla de la ciudad, coordinando la operación general tanto con las demás organizaciones como con Gonzalo y los diferentes grupos; y además, manteniendo la comunicación con Joaquín Villalobos, quien estaba en Managua en esos días. Dejaríamos garantizado el paso del río con una pequeña fuerza provista de radios de comunicación.

Los combates fueron duros, tanto en el área sur como en el oriente, por donde asediábamos a la Policía Nacional y a la Guardia Nacional , pero muy débiles por el norte sobre el cuartel, esto le permitió al ejército irse desplegando poco a poco y defender posiciones en la ciudad, antes de que llegáramos a las instalaciones militares.

El segundo día, una sección del ejército comenzó a avanzar hacia los puntos tomados por nuestras fuerzas en la zona oriente de la ciudad. Los compañeros los dejaron, pues iban entrando a una emboscada, en el punto donde estaba nuestra fuerza más agresiva, jefeada por el Chele Luis. Eran las seis de la tarde y estaba oscureciendo, lo cual nos favorecía aún más, pues el apoyo aéreo era menos efectivo por la noche.

Le dije a Gonzalo que moviera a otro pelotón nuestro a esa zona, con una ametralladora M-60, granadas de manos y lanzagranadas RP-G2, para que una parte reforzara el asalto y la otra mantuviera los refuerzos. Comencé a escuchar las comunicaciones de la tropa que avanzaba.

-Líder de Bucanero, cambio.

-Adelante Bucanero, cambio.

-Ya avanzamos casi tres cocos, (cuadras) cambio.

-Eso es verga, Bucanero, aseguren la papa (posición) que ya les voy a enviar los romeos (refuerzos) para que ocupen sus posiciones y ustedes sigan topando a esos cabrones hasta que los saquen a puta verga, cambio.

-Gracias mi Charlie, aquí los cipotes están con ganas de darle verga a esos pendejos, si son los mismos a los que les sacábamos carrera el año pasado en aquellos cerros donde estaban encharralados, cambio.

-Enterado, Bucanero, cambio y pendiente.

Unos veinte minutos después comenzaron los combates y la voz de Bucanero sonaba diferente, a todas luces, estaba cansado y muy preocupado.

-Charlie de Bucanero, cambio.
-Adelante Bucanero, oigo unos tangos (tiros) por allí, ¿ya empezó a hacer mierda a los terengos?, cambio.

-Negativo mi Charlie, a nosotros nos tienen hechos mierda estos cabrones, es una eco (emboscada). Necesito los refuerzos ya, pero de verdad ya mi Charlie, tengo a cuatro muchachos hechos mierda, meas (muertos) y otros cuatro heas (heridos), y los demás están bastante sofocados, cambio.

-Enterado, Bucanero, pero no se desespere ni se pele tanto, recuerde que esos cabrones nos están oyendo, ya van los romeos, de la cuarta compañía, cambio.

-Sí, mi Charlie, pero es que esta mierda está tan paloma que no hay tiempo para usar las claves, si están por todos lados, incluso por detrás… ¡Ay!...

En el radio de Bucanero se habían estado oyendo los tiros cada vez más cerca y más nutrida la balacera, mientras hablaba con el oficial del cuartel; y después del grito de dolor del oficial, la unidad de Bucanero no volvió a sonar.

Luego comenzó el combate con la unidad de refuerzo.

-Líder de Pirata, cambio.

-Adelante Pirata, ¿ya llegó a donde está Bucanero?, cambio.

-Negativo mi Charlie, estos cabrones están bravos y traen de todo, yo también ya tengo dos heas, pero estoy bien cerca de Bucanero, cambio.

-Apúrese que están haciendo mierda a Bucanero, cambio.

Al final, el oficial logró salir aunque herido, con una parte de la tropa, pero dejó a más de la mitad de la sección en manos nuestras. Fueron cerca de veinte bajas las que tuvieron, la mayoría muertos. Gonzalo y yo hablamos con los tres soldados capturados, incluyendo un cabo, que nos contó que el sargento y el teniente, también habían salido heridos y se habían replegado desordenadamente hacia atrás, donde venía el refuerzo, dejándolos a ellos solos. Recuperamos como quince fusiles, un lanzagranadas, abundante munición y el radio de comunicaciones PRC-77 de Bucanero.

Después de tres días de combates en la ciudad, intentando avanzar y asegurando posiciones, combatiendo casa por casa, cuadra por cuadra, habíamos destruido algunos tanques y tanquetas, tiroteado varios medios aéreos entre avionetas y helicópteros. Nuestros francotiradores y grupos pequeños de fuerzas especiales habían llegado al centro de la ciudad, provocando muchas bajas a la tropa enemiga. En esos primeros días de combates se destacó Macario, un ex policía de hacienda que se incorporó porque toda su familia, que era de Chirilagua, se había incorporado con nosotros, a él lo habíamos puesto a preparar como francotiradores a un pequeño equipo de tres compañeros más, quienes usaban fusiles Garand con mira telescópica y fueron efectivísimos; pero él fue uno de los heridos graves el penúltimo día de combates.

Recuperamos armas, diezmamos a las tropas de Usulután, capturamos varios soldados que luego dejamos ir, pero nosotros tuvimos bajas importantes, entre ellos Gonzalo y Martincito, y alrededor de unos treinta muertos y unos cincuenta heridos, incluyendo jefes importantes, algunos de columna o de pelotón como William y Sabino, que resultaron gravemente heridos.
El tercer día, Cirilo se metió a profundidad con una columna del ERP y atacó al cuartel de la policía con granadas de mano y RP-G2, intentando asaltar la posición. Los policías ya habían decidido abandonar el cuartel, porque tenían muchas bajas, cuando les llegó el refuerzo de una compañía del ejército, apoyada por un tanque, dos tanquetas y un helicóptero.

-Rambo de Líder, cambio.

-Adelante Líder, cambio.

-Oigame, mi tango (teniente), ¿ya llegó al cuartel de la papa naranja (Policía Nacional), cambio?
-Afirmativo, ya estoy aquí desde hace más de media hora, cambio.
-¿Y cómo está la sierra (situación) allí?, cambio.

-Esta mierda sí que está paloma mi Charlie, ya oyó que le dieron al pájaro (helicóptero) y se tuvo que regresar; ya me jodieron el tango (tanqueta), ¿no ve la humazón?

-Como no, enterado, no se me ahueve que ya le mando otro pájaro. Manténgase, que ya vienen los tangos (tropas) amigas de sierra sierra (San Salvador), cambio.

-Sí, pero mientras llegan nos están haciendo mierda, aquí en frente hay un vergo de cabrones y andan francias (francotiradores) que yo creo que son cubanos, por que viera como pegan esos hijos de puta, oye mi Charlie, en un rato me hicieron tres meas. Por ratos no podemos ni levantar la cabeza, cambio.

-A la puta, cállese, hombre, no ve que lo están oyendo las otras unidades, los va a ahuevar, y los de la papa naranja cómo están, cambio.

-Más hechos mierda, si no llegamos nosotros, ya se hubieran ido a la mierda porque se los estaban terminando, aquí vienen varios meas y un vergo de heas, cambio.

-A la gran puta ya le dije que no hable tantas mierdas, hombre, no ve que lo están oyendo los nuestros y los otros cerotes también. Si aquí también tenemos fiesta, pero los tenemos a raya, así que hágale huevos que ya vienen los romeo (refuerzos); en adelante mándeme mensaje cifrado, cambio y fuera.

El último día, un tanto desesperado porque no lográbamos asaltar el cuartel, y porque ya habíamos planteado que teníamos que retirarnos el día siguiente, porque teníamos demasiados heridos, los combatientes agotados y suficiente tropa enemiga concentrada como para cercarnos y aniquilarnos; Gonzalo, sin avisarme, intentó una maniobra audaz y peligrosa: avanzó con una pequeña fuerza casi al centro de la ciudad, intentando de nuevo asaltar el cuartel de la Policía Nacional. Sin darse cuenta, entró directamente al punto más reforzado por el ejército y allí cayó en un sangriento pero fulminante ataque enemigo, con saldo de varias bajas en ambos bandos, con la diferencia que nosotros habíamos perdido a Gonzalo. Nos habían pagado con la misma moneda, al avanzar demasiado despegados del resto de nuestra fuerza, la unidad de Gonzalo fue emboscada.

La retirada
Cuando nos retiramos, la tropa nuestra iba extremadamente cansada, habían sido siete días con el estrés del combate, casi sin dormir y comiendo mal. Además teníamos que ir despacio, pues llevábamos cargando con nosotros más de veinte heridos, los del último día, muchos de ellos graves; no fue peor porque los otros heridos los habíamos ido evacuando poco a poco cada día.
Decidimos retirarnos divididos en varios grupos coordinados a través de los radios de comunicación, no tan alejados entre sí, para apoyarnos en caso de necesidad, así podíamos evitar la concentración del ataque aéreo, y además ya sabíamos que intentarían cercarnos con sus fuerzas especiales helitransportadas.

Los papeles se habían invertido, ahora éramos nosotros los que estábamos en problemas. En esas condiciones ya ni utilizábamos las claves, sino solo el caliche guerrillero, que era lo mismo que hablar pelado.

Combatimos en la ciudad durante una semana, día y noche, contra las tropas de Usulután, y contra refuerzos de la tercera brigada de San Miguel. Pero los últimos días sentíamos que cada vez era mayor el número de la tropa enemiga. Y es que habían llegado de refuerzo tropas de la Fuerza Aérea , del batallón Atlacatl y otras unidades. Y los refuerzos siguieron llegando con tropa de infantería de Zacatecoluca, San Vicente y San Salvador, todos apoyados por helicópteros y aviones.

Allí usaron por primera vez la táctica helitransportada, con una flotilla de helicópteros, tratando de cercarnos y aniquilarnos. El terreno les favorecía porque era bastante plano, sin mucha vegetación. Estábamos muy presionados cuando iniciamos la retirada hacia Jucuarán.
En esos movimientos, cuando íbamos cansadísimos, cargando nuestros heridos en la espalda y a nuestros muertos recientes en el alma, tuvimos que enfrentar los combates más violentos y difíciles: por la rapidez, volumen de fuego, cantidad y calidad de la tropa enemiga concentrada en un punto determinado, siempre delante de nosotros, a través del desembarco con los helicópteros. Sobre todo que se trataba de combatir con la tropa mejor entrenada, con la élite del ejército, integrada por los batallones Atlacatl y Paracaidistas, que estaban usando las tácticas que habían sido aplicadas por los norteamericanos en Vietnam: la concentración de fuerzas helitransportadas.

Además eran tropas frescas contra nuestros combatientes agotados.
Solo la voluntad y fuerza de jefes y combatientes, el plan que hicimos poniendo énfasis en aprovechar las condiciones geográficas en las rutas menos peligrosas, la comunicación a través de los radios de FM que eran efectivos, el conocimiento del terreno y la voluntad de Dios, nos permitieron romper el cerco de la tropa enemiga, llevar a nuestros heridos a puntos seguros y evitar un aniquilamiento masivo de nuestras fuerzas, -que hubiera significado una de las derrotas militares más grandes del FMLN en la historia de la guerra, pues como decía, éramos más de doscientos guerrilleros por todos-, ya que una parte de nuestra gente y la mayoría de las fuerzas de las otras organizaciones, se habían retirado hacia el volcán. De todas maneras, esa fue la batalla en la que tuvimos la mayor cantidad de bajas en la historia del frente sur.

Nuestra tropa era mucho menos en número que la del ejército, Policía Nacional y Guardia Nacional de Usulután juntas; además a diferencia de un ataque de fuerzas especiales o comando guerrillero, en donde el factor sorpresa nos daba ventajas, en este caso, por el diseño insurreccionalista, más político que militar, el enemigo fue alertado tempranamente. Y a eso agreguémosle que cada día que pasa la tropa enemiga aumentaba.

Resulta que se suponía que en todo el país habría una ofensiva militar del FMLN, para acompañar las operaciones militares del oriente, pero al final solo atacamos con fuerza y durante varios días en Usulután y San Francisco Gotera, Morazán.

Al sexto día, en Usulután teníamos concentrado lo mejor del ejército enemigo. Y, por supuesto, ante la superioridad enemiga que nos causó un número considerable de bajas, sobre todo en los dos últimos días, tuvimos que retirarnos cargando nuestros heridos y llevando decenas de usulutecos, en su mayoría jóvenes, que habían estado apoyándonos: haciendo trincheras, ayudando a retirar a nuestros heridos, llevándonos municiones, dándonos información, comida, agua, etc. Por eso ya no se quisieron quedar en la ciudad, era más seguro para ellos largarse con nosotros.

Como llevábamos los heridos, íbamos cansados y hambrientos. Nos faltaban todavía varios kilómetros para llegar a un punto geográficamente seguro, y todavía era temprano; así que para evadir el operativo helitransportado del enemigo, nos metimos al bosque de manglares. Allí nos estábamos durmiendo todos, parecíamos monos, subidos a los palos, porque abajo estaba el lodo, la ñanga, así nos mantuvimos colgados de los árboles, mientras llegaba la noche. Esa noche una parte de la fuerza cruzó el río con los heridos, mientras que yo me moví con la fuerza de Tres Calles a su zona, llegamos allá el siguiente día por la mañana.


(Síntesis del capítulo 61 del libro Memorias de un guerrillero, del ex comandante insurgente Juan Ramón Medrano)
(La reproducción de este texto cuenta con la autorización del autor)